miércoles, 29 de junio de 2011

LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA

LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA

Hechos como el descubrimiento de nuevos mundos y nuevos productos, la prueba de la esfericidad de la Tierra, la invención de la imprenta, el perfeccionamiento de las armas de fuego, el desarrollo de las construcciones navales y de la navegación, originaron una revolución cultural. (Jones, Ancients and Moderns)
En innumerables textos de la época se halla el estribillo de que si los antiguos no habían conocido ni el mundo en el que habían vivido, ni las armas de fuego, ni la imprenta, no podía considerárseles tan omniscientes como siempre se había creído. Entró en crisis la fe ciega y absoluta en los dogmas de la antigüedad que había prevalecido sin discusión en los siglos medievales. En vez de seguir mirando al pasado como una perdida edad de oro, oprimidos por un nostálgico complejo de inferioridad, los europeos empezaron a mirar con optimismo hacia delante, proyectados hacia el futuro y pensando cada vez más en términos de progreso y de búsqueda de lo nuevo. Notando el contraste entre la mentalidad europea y la china, un misionero, el padre Le Comte (1655-1728) escribía: “Los chinos prefieren la menos valiosa de las piezas de anticuario al mejor instrumento moderno, diferentes en ello de nosotros (europeos), que no amamos ni buscamos más que las novedades”. (Le Comte, Empire of China).
En el siglo XVII vio desarrollarse una agria y violenta batalla intelectual entre “antiguos” y “modernos”, entre quien sostenía el dogma de la autoridad y la omnisciencia de los clásicos y quien oponía al dogma la búsqueda crítica y ponía de relieve los errores y los absurdos de los escritores antiguos. La época de Galileo y de Newton, de Huygens y Leeuwenhoek, de Harvey y Leibniz, marcó la victoria de los “modernos”, del método experimental y de la aplicación de las matemáticas a la explicación de la realidad. La física y en especial la mecánica, en las que, por la propia naturaleza de su objeto, la aplicación de la lógica matemática estaba destinada a producir los mayores resultados, hicieron progresos espectaculares, y la fascinación de tales progresos fue tan grande que progresivamente empezó a predominar una concepción mecanicista del Universo. (Dijksterhuis, The Mechanisation of the World Picture). Dios mismo fue descrito desde entonces como un perfecto “relojero”.
Formó parte de estos avances una decidida tendencia a la medición cuantitativa: con otras palabras, se hizo cada vez más común el tratar de dar una expresión cuantitativa a los fenómenos que se querían describir, y un número progresivamente creciente de individuos intentó medir un número creciente de fenómenos no sólo en el sector de la mecánica o de la astronomía, sino también en los de la economía, la demografía y la administración pública. En ese clima cultural surgió y se desarrolló la escuela de los “aritméticos políticos”, Graunt, Petty y Halley presentaron sus estimaciones sobre los fenómenos demográficos y calcularon las primeras tablas de supervivencia; Gregory King calculó la renta nacional inglesa, la administración estatal en Francia y en Inglaterra se preocupó cada vez más por recoger datos y estadísticas sobre la población, la navegación, el comercio exterior y los movimientos de metales preciosos. Si en las publicaciones actuales de historia demográfica las estadísticas sobre la población mundial en las distintas épocas comienzan siempre en 1650, la razón ha de buscarse en que justamente a mediados del siglo XVII se empezaron a realizar estimaciones de la población mundial de la época.
Naturalmente, no era oro todo lo que relucía. Usar números no significa, en sí, ser científico ni preciso. Lo que importa no es usar los números, sino usarlos bien. En 1589 se reimprimía en Venecia la obra de Giovan Maria Bonardo sobre La grandezza, larghezza e dintança di tutte le sfere ridotta a nostre miglia, donde se afirmaba que “el infierno dista de nosotros 3758 millas y un cuarto” y que “tiene de anchura 2505 millas y media”, mientras que “el Cielo Empíreo…donde felicísimamente los bienaventurados reposan…está alejado de nosotros 1799995500 millas”. La mayoría de las estimaciones propuestas en la segunda mitad del siglo XVII a propósito de la población mundial no tenían mucho más valor que las de Giovan Maria Bonardo sobre la distancia de la tierra al infierno y al paraíso. Pero las dos cosas no podían situarse en el mismo plano. Una de las características fundamentales de la Revolución científica del siglo XVII fue justamente la de apartar la especulación humana de problemas irresolubles y absurdos, como la distancia entre el infierno y la tierra o el número de ángeles que cabían en la punta de un alfiler, y orientarla hacia problemas que podían tener una respuesta. La Revolución científica no consistió sólo en la adopción sistemática del método experimental, sino también en la renovación radical de la problemática y en la adecuación de una cosa a otra. La cifra de Giovan Maria Bonardo sobre la distancia del infierno y la de Petty sobre la población mundial son ambas inverosímiles, pero la primera refleja una problemática absurda, mientras que la segunda es sólo una medición imperfecta de un problema racionalmente válido.
En efecto, una vez bien planteada la problemática, era fatal que la respuesta aproximada o exacta acabara por encontrarse. La estadística y la demografía modernas nacieron prácticamente entonces, y las informaciones cuantitativas sobre la población, la producción, el comercio y la moneda fueron haciéndose progresivamente más numerosas y fiables. Por otra parte, la nueva problemática era fruto a su vez de una nueva actitud mental que concedía más lugar a lo racional que a lo irracional, que anteponía el pragmatismo a la ideología, que insistía sobre la practicidad efectiva en lugar de sobre la escatología. Como escribía Galileo a Campanella: “Yo estimo en más el encontrar una verdad, aunque sea de cosa ligera, que el disputar largamente sobre las máximas cuestiones sin conseguir verdad alguna”. En el plano de las relaciones humanas se preparó el terreno para la tolerancia de la Ilustración. En el plano tecnológico se aceleró el proceso de la experimentación para solucionar problemas concretos de la economía y de la sociedad.
Todo este grandioso movimiento de ideas tuvo notable importancia también en otro aspecto. En la Edad Media, a causa de una tradición cultural heredada de la antigüedad, ciencia y técnica habían permanecido separadas y distintas. Como afirmaron en 1392 los maestros constructores de la catedral de Milán “scientia est unum et ars est aliud”, es decir, la ciencia es una cosa y otra la técnica. La ciencia era filosofía y la técnica era el ars de los artesanos. Los “filósofos” no contribuyeron a ninguno de los progresos realizados en los siglos por los “artistas”, y eso sustancialmente a causa de que la “ciencia” oficial no sentía ni interés ni inclinación por el fenómeno tecnológico. El Renacimiento, con su culto incondicional por los valores de la antigüedad clásica, acentuó esta dicotomía que en Italia se agudizó aún más desde mediados del siglo XV en adelante por el progresivo acentuarse y esclerotizarse de las distinciones de clase. En tal clima han de entenderse tanto la afirmación de Leonardo de ser “hombre sin letras”, como la advertencia de Tartaglia de que su doctrina no estaba “sacada de Platón ni de Plotino”, como el esfuerzo de los médicos, que se consideraban científicos y por lo tanto filósofos, para distinguirse de los cirujanos, considerados técnicos y por tanto como simples artesanos.
Los “modernos” del siglo XVII, en su reacción contra los valores tradicionales y en su esfuerzo por imponer el método experimental, se batieron sañudamente para revalorizar la obra técnica de los artesanos. Francis Bacon subrayó en más de una ocasión la necesidad de que artesanos y científicos colaboraran entre sí. Galileo, en el famoso Diálogo, puso en boca del imaginario Sagredo la afirmación de que el conversar con los artesanos del Arsenal de Venecia le había ayudado mucho en el estudio de varios y difíciles problemas. La Royal Society de Londres encargó a algunos de sus miembros que redactaran una historia de los oficios y de las técnicas artesanas, idea que será más adelante adoptada de lleno por los redactores de la Encyclopédie.
Mientras ocurría todo esto en el terreno de la “ciencia”, en el de la “técnica” iban tomando cuerpo desarrollos convergentes. Ante todo ha de tenerse en cuenta el hecho de que las distintas partes de una sociedad, aunque diversas o divididas, están sometidas siempre a estímulos culturales comunes. Y otra cosa: el protestantismo, con su incondicional bibliolatría, fue un poderoso factor de difusión del alfabetismo. En los países de la Reforma la proporción de artesanos que sabían leer y escribir aumentó notablemente en el curso del siglo XVII. Por emulación se produjo algo análogo, aunque en proporciones mucho menores, en los países católicos durante la Contrarreforma.
La difusión del alfabetismo significó la victoria del libro sobre el proverbio, del texto sobre la imagen, de la información razonada sobre la repetición servil, lo cual a su vez significó el progresivo abandono de actitudes consuetudinarias y tradicionalistas a favor de actitudes más racionales y experimentales. Last but not least, el desarrollo de la navegación oceánica, de la industria relojera y de la propia ciencia experimental favorecieron la formación de un grupo cada vez más nutrido de fabricantes de instrumentos de precisión. Éstos vinieron a representar a un tipo de técnico capaz de experimentos racionales. No es un azar que el origen de la Revolución industrial esté en la máquina de vapor y que el inventor de la máquina de vapor fuera uno de estos fabricantes de instrumentos de precisión.
Hasta finales del siglo XVIII las contribuciones de la “ciencia” a la “tecnología” fueron absolutamente ocasionales y de escaso relieve. Pero el desarrollo cultural del siglo XVII acercó las dos ramas y creó las condiciones para esa colaboración que culminó a finales del siglo XIX con la fundación de la Technische Hoschschulen en Alemania.

Punto 3 del capítulo 10 de "Historia Económica de la Europa Preindustrial" Carlo M. Cipolla

No hay comentarios:

Publicar un comentario